lunes, 19 de febrero de 2007

instantánea

Hoy, cuando volví a entrar al blog, me avergoncé por la foto que había colgado ayer mismo, apenas crearlo. Allí estaba yo -o la sombra borrosa de lo que alguna vez fuí- aferrada a mi último cigarrillo: el del andén, el de la despedida. La soledad tiene estas cosas. No hay nadie que te diga "ponte así o asá", "mejor te sonríes, querida" o "no te muevas, por favor; vas a salir movida". Lo bueno es que tampoco hay nadie que te empuje contra la pared o te dé un tirón de pelo porque le has arruinado una toma con "tu cara de pava". Sólo puse en automático la cámara, su muy querida cámara, la que me traje conmigo sin pedirle permiso, y traté de parecer lo más natural posible. Quería inmortalizar aquel momento, tener un recuerdo de los primeros instantes de mi nueva vida. La foto es horrible, pero al menos no se ven las lágrimas. Sí, lloraba. ¿Qué necesidad tengo de engañarlos? Estuve llorando sin parar durante casi tres horas. Creo que solté una lágrima por cada minuto de mi vida. "Un duelo necesario", diría La Mujer Sabia, la que Todo lo Analiza. ¡No te jodes! Frente a ella jamás he llorado. No le voy a dar ese gusto a la muy lista. Tampoco lloraba por el Monstruo; ya le gustaría a él verme llorando como lo hice. Si hasta me parece oírlo: "Te dije que no aguantarías separarte de mí". Hijo de puta sádico. Pues te equivocas, cabrón. Sólo lloraba por mí, por todas las partes de mí que estaba enterrando.
En la foto estoy, tan sola e histérica como puede verse, en el bar del... No, mejor no lo digo. Aeropuerto, autopista, carretera o estación, ¿qué más da? Prefiero no entrar en detalles. No faltaría el hijo de puta que se entretuviera pasándole la información al Monstruo. Es preferible que nadie sepa donde estoy. Quiero mantenerme lo más alejada posible de mi vida pasada. Y al puto cigarrillo voy a dejarlo. En realidad ya lo hice, aunque prefiero no ufanarme de nada hasta que hayan transcurrido al menos dos o tres semanas. Puede pasarme como con el Monstruo. ¿Cuántas veces me dije "ya está bien para mí, esta es la última que me hace"? Muchísimas, tantas como aquellas otras en las que me convenció de que nuestros destinos estaban unidos de forma indisoluble. Para mí fue más adictivo que la nicotina, con el agravante de que este auténtico paquete bomba no traía mensajes de alerta por ninguna parte. "Cuidado: este tipejo puede matar". "Atención: sujeto dañino para su salud y la de todos los que la rodean." "No se acerque a este bicho: produce daños irreparables." Si apenas conocerlo alguien me hubiera acercado un prospecto en donde se describieran sus perniciosos efectos secundarios, hubiera dicho "no, gracias...prefiero no catarlo".
Voy a dejarlo de verdad, ahora casi no me quedan dudas. Y estoy hablando del cigarrillo, no del Monstruo. Al Monstruo lo dejé para siempre hace poco más de veinticuatro horas. Si alguna vez me veo obligada a cruzarme nuevamente con él espero que esté contenido por un ataúd de madera, y a ser posible con la tapa muy bien cerrada.
Ah! Se preguntarán de quien son esos pies de la foto. Son de él, del Monstruo.
Su último recuerdo: no me atreví a dispararle a la cara. Con la cámara, digo.

3 comentarios:

Dante Bertini dijo...

te prometí venir y vine;
me gustaría saber que no me engañas en cuanto a tu edad y todo eso;
por lo demás estoy absolutamente fascinado.

Belnu dijo...

Ajá, también yo voy a espiar en este jardín de Perdita...

Belnu dijo...

Iba a decirte, no dejes al monstruo y al pucho a la vez!! Pero si te gusta tanto Sade, oh escorpiniana Perdita, no sé yo si los monstruos cumplirán una función otra, un proceso, una inspiración, una mecha, quién sabe... Y claro, es más fácil olvidar el pucho. Claro que monstruos hay muchos, se pueden ir cambiando...