viernes, 2 de marzo de 2007

errores

¿Estoy pagando todos mis errores? Atma, la hija de Helga S., me hablaba muchísimo del karma. Ella y su madre eran devotas de un santón hindú y viajaban cada año al reducto que éste tenía en algún rincón de Oriente del cual nunca quisieron darme el nombre. ¿Desconfiaban de mí?
Ángeles, mi amiga más querida, muerta ahora hace dos años, creía en la reencarnación. "Seré una gata de angora blanca, gorda y muy mimada", solía decirme. Si ha logrado su sueño no lo ha hecho cerca de mí. Al menos yo no me he cruzado con ninguna gata semejante en estos dos últimos años.
Debo confesar que nunca creí en todas esas cosas, pero ahora siento que de reencarnarme lo haría en una sucia rata de albañal. Es que me equivoco mucho, tal vez demasiado.

domingo, 25 de febrero de 2007

fatiga dominical

Recuerdos de domingo.
Mi madre, con flores de tela en el pelo y los pezones tiesos, me aprieta con fuerza contra su cuerpo. Estamos las dos sobre una toalla de colores algo desteñida, y bastante húmeda, en una playa casi desierta. "Venga, mi niña", me dice al oído, "No tenga frío: su mamá la cobija".
Hay un hombre joven que entra y sale de casa al que me veo obligada a llamar papá. Es muy alto, altísimo, tanto que casi no conozco su cara. No recuerdo que nunca me haya tenido en brazos.
La mesa está puesta y la comida servida. Estamos esperando a alguien que no llega. De pronto mamá dice "enseguida vuelvo" y se encierra en el cuarto de baño. Oigo como maldice, llora, estrella un frasco de perfume contra el suelo. Tengo hambre. Hundo la cuchara en el plato de sopa y trato de pensar en otra cosa.
El Monstruo duerme profundamente. La noche anterior nos hemos acostado muy tarde, los dos bastante pasados de alcohol y drogas. Abro la nevera buscando leche para el desayuno. Encuentro medio limón, una lechuga algo mustia, dos yogures caducados y cuatro botellas de agua, una de ellas a medio consumir. Si quiero despertarlo con el almuerzo tendré que salir a comprar cualquier cosa ya hecha. Cuando voy al cuarto de baño y me miro en el espejo descubro que tengo un moratón considerable en el pómulo derecho. No recuerdo nada, salvo que me ha follado más de una vez de forma salvaje.

sábado, 24 de febrero de 2007

Loros y palmeras

Hoy ha sido un buen día.
M.I. -ella preferiría que la llame así- ha venido a buscarme. Dice que no puedo seguir encerrada; dice que ya basta de tonterías. Dijo, y repitió, que hoy era un día "verdaderamente magnífico". Me obligó a abrir las persianas, a correr las cortinas, a repetir con ella "¡qué mañana tan maravillosa!" Nos conocemos muy poco, sin embargo logró sacarme por unas horas de mi encierro. La ciudad estaba tranquila, casi vacía; al menos lo estaban los lugares por donde ella me llevó.
"¿Es siempre así?", le pregunté, y ella respondió que no, que seguramente la gente había huído a las playas, a la montaña, al campo.
"Aprovechan este adelanto de la primavera para escaparse corriendo de la ciudad que tanto odian."
Me extrañó que dijera algo así.
"¿Tú piensas que la odian?"
Soltó una carcajada.
"¿Y tú piensas que la aman?"
Es pequeña y muy activa. Enviudó hace tres años, y aunque es realtivamente joven -confiesa "cuarenta y tres y algo"-no piensa volver a casarse. Tampoco quiere más amores, ni ligues, ni sexo.
"Lo tuve todo", dice, "y ahora estoy muy bien como estoy, recordándolo".
Como ella, yo también pretendo haber frenado el motor de mi vida. Igual que ella, sólo estoy recordando. La diferencia estriba en el poco placer que me producen todos esos miserables recuerdos.
Me llevó a caminar por la avenida Diagonal. Casi no hablamos. Se paraba a mirar escaparates y me comentaba lo guapo que le resultaba algún conjunto de falda y pantalón o un jarrón de cristal que liquidaban en una tienda que se llama Habitat.
Me sentía algo extraña caminando con aquella mujer casi desconocida por esa avenida distinguida, señorial, contradecida en su innegable condición de europea por un sol tropical que se colaba entre las altas palmeras y alborotaba a una multitud de chillones loros verdes.
Cuando le dije que estaba cansada de tanto caminar, dijo "Yo también. Te invito a tomar algo". Tomamos un café al sol y por unos minutos logré olvidarme de lo que casi con seguridad jamás podré olvidar.
Poco antes de separarnos me preguntó "¿Cómo te sientes?". Le respondí "Bien, gracias".
No estaba mintiendo.

viernes, 23 de febrero de 2007

ojos

Estuve pensando en el Monstruo. Bueno, no exactamente en él. En realidad pensaba qué fue lo que me hizo enamorar de semejante tipejo. ¿Estaré desequilibrada, loca, muy enferma? Mi madre me lo dijo más de una vez: "¡Enamorarte de ese chulo baratato! Tienes que estar mal de la cabeza..." La otra, la Mujer que Todo lo Sabe no decía nada: dejaba que yo hablara sola y algunas veces, muy pocas, lanzaba algún comentario sin importancia
Para mi descargo debo decir que al principio el Monstruo era dulce, relativamente amable. Me llamaba Uma, Cherry, Minnie Mouse, Black Barbie, Charlize, Cameron. Nunca usó mi verdadero nombre para dirigirse a mí. "¿No te gusta, verdad?", le pregunte a la hora de conocerlo. Se encogió de hombros, lanzó un sí bastante desganado y enseguida añadió: "Es nombre de comadreja, pero no está mal". Un mes después volví a hacerle la pregunta. "Demasiado normal", me contestó. "Prefiero que seas múltiple. Es menos aburrido."
La primera vez pensé que estaba bromeando, que decía algo extravagante en plan película francesa para llamar mi atención. Después de todo nos habíamos conocido en un bar que estaba decorado con deshechos industriales y yo llevaba en mi bolso transparente una antología de nueva poesía escandinava y una vieja película de David Lynch, ambas prestadas esa misma tarde por un tío algo mayor que pretendía cultivarme. La segunda vez ya lo conocía mejor: sabía que despreciaba todo salvo a su madre y eso porque a la pobre mujer no le quedaba mucho tiempo de vida.
Supongo que en un primer momento me colgué de su manera de mirarme. Me hacía sentir como el único cuadro de un museo vacío, como el último par de zapatos en medio del desmedurado escarate de una zapatería importante. Tenía, tiene, unos ojos muy bonitos. Fríos, casi congelados, pero muy bonitos. No podría precisar el color. Él tampoco supo decírmelo. Yo juraría que eran verde claro, aunque por momentos, cuando el día era muy soleado, se veían casi amarillentos. Si me apuran podría describirlos como "ojos de gato", pero no había nada felino en su mirada.
Llega alguien. Tengo que dejarlo.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Familias

No puedo salir de este lugar. Es pequeño, poco luminoso, demasiado moderrrrrno. Me aprieta por los cuatro -¿cuatro?- costados, pero sin embargo no puedo, de verdad no puedo, salir de él. Alicia en el país de las pesadillas, y ni siquiera tengo la poción mágica para empequeñecerme y desaparecer. La mujer menguante, como en aquella vieja película en blanco y negro que ví por televisión en casa de mi madre. Me perseguirían los gatos del tejado, acabaría comida por un pájaro, por una araña, por una cucaracha. Tengo miedo, bastante. ¿Y si salgo a la calle y no hay ningún conejo de la suerte? ¿Y si de pronto me ilumino, tomo conciencia de que he vuelto a equivocarme?
Paseo por la red con todas las luces del cuarto apagadas. No quiero que mi cuerpo haga sombras; no quiero verme de pronto en un espejo, recortada sobre las paredes blancas. Tengo las ventanas de doble hoja bien cerradas, y las cortinas, de pana marrón y hule gris, corridas, superpuestas. Si entra un hilo de luz necesitaré salir a enfrentarme con el día. Y tengo demasiado miedo como para hacerlo.

Paseo por la red de bloggs y sólo encuentro familias. Familias de familiares, familias de amigos. Se citan para verse, me cuentan sus encuentros, se tratan con verdadero cariño. Son hermanos, cuñados, compatriotas, vecinos, compañeros de estudios o de juegos. Por suerte todavía no encontré ningún "rincón de los amantes". Seguramente no podría soportarlo.

Me atreví a entrar a varios de esos blogs e inclusive dejé mi comentario en alguno de ellos. Mujeres rubias recortadas sobre un fondo de libros: periodistas, dibujantes, bordadoras; hombres con profesiones creativas y muchísimo talento. Poetas y Escritores.

Les confieso una mentira que ni siquiera lo es: en mi perfil he puesto dieciocho años cuando en realidad tengo casi cuatro más. Me equivoqué al hacerlo y ahora no sé como enmendar ese primer error. La Mujer que Todo lo Sabe diría que fue un lapsus, un acto fallido, un deslizamiento. El Monstruo se reiría de mí. A carcajadas, con su amplia y bien dibujada boca bien abierta.

No sé si podré aguantarlo. ¿Hay algún remedio que me ayude a superar el mono de sus manos?

martes, 20 de febrero de 2007

Ya no soy aquella

Es solamente un título, lo sé, pero empiezo a reconocer las diferencias entre aquella que fui y la que despertó esta mañana lejos de su casa. Resultaba fácil llorar. Sin embargo, al abrir la ventana, encontré al sol asomándose entre los edificios, tan próximos como desconocidos, y decidí no hacerlo. Me miré en el espejo del cuarto de baño y ví a la de siempre, aunque algo más demacrada y sin el habitual cigarrillo entre los labios. No había ninguno en la única cajetilla de Marlboro que pude pillar hurgando entre mis maletas. ¡Mis maletas! Cuánta literatura, niña. Tengo dos bolsos de mano llenos a reventar y algunas pocas cosas más en otras tantas bolsas de papel que ponen Gucci y Adolfo Domínguez. No son mías. Quiero decir que yo no compré nunca nada en ninguna de esas tiendas. Andaban por la casa del Monstruo, vacías de un contenido que puedo suponer bastante bien: botellas de vino, de cerveza, de vodka. Los alcohólicos presentes de los alcoholizados invitados a sus fiestas salvajes.
Anoche me he metido en el blog de una conocida para robarle algunos contactos. El mundo de internet. Otro mundo. Sin caras, ni piel, ni voces.

lunes, 19 de febrero de 2007

instantánea

Hoy, cuando volví a entrar al blog, me avergoncé por la foto que había colgado ayer mismo, apenas crearlo. Allí estaba yo -o la sombra borrosa de lo que alguna vez fuí- aferrada a mi último cigarrillo: el del andén, el de la despedida. La soledad tiene estas cosas. No hay nadie que te diga "ponte así o asá", "mejor te sonríes, querida" o "no te muevas, por favor; vas a salir movida". Lo bueno es que tampoco hay nadie que te empuje contra la pared o te dé un tirón de pelo porque le has arruinado una toma con "tu cara de pava". Sólo puse en automático la cámara, su muy querida cámara, la que me traje conmigo sin pedirle permiso, y traté de parecer lo más natural posible. Quería inmortalizar aquel momento, tener un recuerdo de los primeros instantes de mi nueva vida. La foto es horrible, pero al menos no se ven las lágrimas. Sí, lloraba. ¿Qué necesidad tengo de engañarlos? Estuve llorando sin parar durante casi tres horas. Creo que solté una lágrima por cada minuto de mi vida. "Un duelo necesario", diría La Mujer Sabia, la que Todo lo Analiza. ¡No te jodes! Frente a ella jamás he llorado. No le voy a dar ese gusto a la muy lista. Tampoco lloraba por el Monstruo; ya le gustaría a él verme llorando como lo hice. Si hasta me parece oírlo: "Te dije que no aguantarías separarte de mí". Hijo de puta sádico. Pues te equivocas, cabrón. Sólo lloraba por mí, por todas las partes de mí que estaba enterrando.
En la foto estoy, tan sola e histérica como puede verse, en el bar del... No, mejor no lo digo. Aeropuerto, autopista, carretera o estación, ¿qué más da? Prefiero no entrar en detalles. No faltaría el hijo de puta que se entretuviera pasándole la información al Monstruo. Es preferible que nadie sepa donde estoy. Quiero mantenerme lo más alejada posible de mi vida pasada. Y al puto cigarrillo voy a dejarlo. En realidad ya lo hice, aunque prefiero no ufanarme de nada hasta que hayan transcurrido al menos dos o tres semanas. Puede pasarme como con el Monstruo. ¿Cuántas veces me dije "ya está bien para mí, esta es la última que me hace"? Muchísimas, tantas como aquellas otras en las que me convenció de que nuestros destinos estaban unidos de forma indisoluble. Para mí fue más adictivo que la nicotina, con el agravante de que este auténtico paquete bomba no traía mensajes de alerta por ninguna parte. "Cuidado: este tipejo puede matar". "Atención: sujeto dañino para su salud y la de todos los que la rodean." "No se acerque a este bicho: produce daños irreparables." Si apenas conocerlo alguien me hubiera acercado un prospecto en donde se describieran sus perniciosos efectos secundarios, hubiera dicho "no, gracias...prefiero no catarlo".
Voy a dejarlo de verdad, ahora casi no me quedan dudas. Y estoy hablando del cigarrillo, no del Monstruo. Al Monstruo lo dejé para siempre hace poco más de veinticuatro horas. Si alguna vez me veo obligada a cruzarme nuevamente con él espero que esté contenido por un ataúd de madera, y a ser posible con la tapa muy bien cerrada.
Ah! Se preguntarán de quien son esos pies de la foto. Son de él, del Monstruo.
Su último recuerdo: no me atreví a dispararle a la cara. Con la cámara, digo.